Cuando se fundó Rosa que te quiero Rosa hace 17 años en el campus de Somosaguas no se encontraba a ningún gay, lesbiana, transexual o bisexual visible en la universidad y la homofobia imperaba por doquier.
Como asociación universitaria y a lo largo de todo este tiempo hemos luchado por el derecho de las estudiantes a no ser discriminadas, hemos luchado en pos de visibilizar la realidad LGTB y la diversidad sexo-afectiva en la universidad, participando en los principales debates intelectuales sobre los derechos LGTB y de las mujeres.
Hemos luchado cada día por sensibilizar a la comunidad universitaria sobre la necesidad de cuidar la salud sexual y hemos traído al centro de debate derechos fundamentales que hoy nos parecen ya irrenunciables.
Sin embargo, la prensa y la comunidad universitaria nunca nos han dedicado tanta atención, a pesar de haber organizado y participado en mil actividades universitarias. Ni los medios de comunicación ni la comunidad universitaria han mencionado los actos en pos de erradicar la desigualdad de género fruto del patriarcado que impera en nuestro sistema universitario, ni los actos académicos o de lucha feminista. Parece que estas cuestiones no importan en este debate.
Ha sido justo ahora cuando la Iglesia católica se ha sentido amenazada, precisamente cuando tiene cada vez menos y menos estudiantes a quienes dar clases de religión, cuando tiene cada vez menos fieles a los que adoctrinar en la cultura de la desigualdad y la hipocresía, y más voces en contra. Un momento clave en el que se decide quién será el próximo rector, en el que se miden las fuerzas de los poderosos y a pocos les interesa qué piensa el estudiantado. Momento en el que la derecha conservadora, retrógrada y creadora de desigualdades aprovecha para azuzar y perseguir cualquier intento emancipatorio feminista y de lucha transmaricabollo.
Y es que somos muchas las que estamos de acuerdo en recordar que las iglesias han de estar fuera de la universidad, dejando de dominar la creación y transmisión de conocimiento. No se trata de discutir sobre la libertad de culto, que ya está reconocida constitucionalmente, sino de garantizar una universidad pública, laica y participativa, creadora de pensamiento crítico. La Iglesia católica goza de excesivos privilegios que no se corresponden con la aconfesionalidad del Estado que recoge la Constitución. A la Iglesia le preocupa que cada vez somos más las que no queremos templos religiosos en los espacios públicos y las que defendemos el laicismo en la universidad.
Son ya muchas las voces que, desde Alicante, Valencia, Barcelona y otros muchos lugares, se alzan para exigir que las capillas, las sotanas y los alzacuellos estén fuera de las universidades y pierdan el poder otorgado por las instituciones franquistas hace demasiados años.
Por una universidad que respete los derechos LGTB y de las mujeres, por un Estado laico, por la calidad de la enseñanza y las libertades fundamentales.
¡La lucha no ha hecho más que empezar!
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